¿Cómo prohibir al corazón que se derrumbe?

Nos sentamos en la parte trasera. Yo me situé al lado de la ventana. Miré por el cristal del autobús. Contemplé el cielo que se alzaba aquella mañana sobre Madrid, era azul. De un azul muy intenso. Volvió su imagen a mi cabeza. Pablo. ¿Quién sino? Volví a ver al cerrar mis ojos, en la oscuridad, a los suyos. Iluminando un manto negro, estaba allí. Solo él. Su pálida piel, sus azulados ojos, su moreno pelo revuelto y… su boca. Ya no se dibujaba en ella una curvatura perfecta, la curvatura de sus labios, de los que me había enamorado. Bajo sus preciosos ojos, unas oscuras ojeras. Me dolía recordarle de aquella manera. ¿Cuál era el precio de su felicidad? Me dolía, me dolía más que nunca. Dos hombres en mi vida, dos hombres que formaban parte de ella. Roberto y Pablo. Quería a los dos, los quería a mi más sincera manera. Una dolía otra no. Pero las dos me habían regalado sonrisas por igual, no se podía comparar. Podría intentar que alguno de los dos consiguiese algo, lo podría intentar. ¿Pero a cuál de los dos? No quería a uno más que a otro, cada uno se había ganado mi amor de distintas maneras. Me dolía no tener un papel asignado a esta historia. Al principio parecía ser un personaje principal, pero poco a poco fui bajando de categoría hasta, simplemente, desaparecer. Convertirme en uno de los espectadores que se estremecen en sus butacas al oír los sentimientos de los protagonistas. Apreté los puños que se posaban sobre mis piernas, los intenté hundir en ellas. Sentí impotencia al no poder hacer nada. Rabia. Dolor. ¿Cómo podía costar tanto ver felices a los demás? Fruncí los labios, los intenté apretar con más fuerza aún que los puños, que sufrieron un intento en balde al intentar traspasar las barreras de la rabia. Mis labios empezaron a temblar y en mis ojos sentí la necesidad de mojarlos con lágrimas. No quería volver a llorar. ¿Por qué era tan sumamente frágil? ¿Por qué no afrontaba la realidad sin derrumbarme?

Parte de mi historia '